Seis ingredientes del arrepentimiento.Thomas Watson

El puritano Thomas Watson(Predicador Puritano inglés, durante 16 años  de la Iglesia de San Esteban en Walbrook, Londres, donde su ministerio atraía muchos congregantes, debido a la calidad espiritual y práctica de sus predicaciones. )  Expuso seis ingredientes del arrepentimiento, aquí un breve resumen de estos ingredientes.

EL arrepentimiento es una gracia del Espíritu de Dios por la cual el pecador es interiormente humillado y visiblemente reformado. Para aclararlo más am pliamente, sepa que el arrepentimiento es un medicamento espiritual compuesto de seis ingredientes especiales... si uno de ellos falta, pierde su virtud.

INGREDIENTE  1: VER EL PECADO.

La primera parte del remedio de Cristo es el ungüento para los ojos (Hch. 26:18). Es lo más admirable que se nota en el arre pentimiento del pródigo: “Y volviendo en sí” (Luc. 15:17). Se vio a sí mismo como un pecador y nada más que un pecador. Antes de que el hombre pueda venir a Cristo, tiene que primero volver en sí. Salomón, en su descripción del arrepentimiento considera esto como el primer ingrediente: “Si se convirtieren” (1 Rey. 8:47). El hombre tiene que primero reconocer y considerar cuál es su pecado y conocer la plaga de su corazón antes de poder ser debidamente humillado por él. La primera creación de Dios fue la luz. De igual modo, lo primero que sucede en el arrepentido es la iluminación: “Más ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5:8). El ojo se hizo para ver al igual que para llorar. Hay que primero ver el pecado antes de poder llorar por él. Por eso, digo que donde no se ve el pecado, no puede haber arrepentimiento. Muchos que pueden ver faltas en otros no ven ninguna en ellos mismos... Están cegados por un velo de ignorancia y soberbia. Por ello, no ven el alma deformada que tienen. El diablo hace con ellos lo que el halconero hace con el halcón: los ciega y se los lleva tapados al infierno...

INGREDIENTE 2: SENTIR DOLOR POR EL PECADO.

“Me contristaré por mi pecado” (Sal. 38:18). Ambrosio  llama al dolor o contrición la amargura del alma. La palabra hebrea para estar contristado significa “tener un alma, por así decir, crucificada”. Esto debe ser parte del verdadero arrepentimiento: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán” (Zac. 12:10), como si sintieran los clavos de la cruz en sus costados. El que una mujer espere dar luz a un hijo sin dolores es igual a que uno espere tener arrepentimiento sin dolor. Desconfíe del que puede creer sin dudar, desconfíe del que se arrepiente sin dolor... Este dolor por el pecado no es superficial: es una agonía santa. Es lo que las Escrituras llaman quebrantamiento del corazón: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” (Sal. 51:17); y un corazón rasgado: “Rasgad vuestro corazón” (Joel 2:13). Las expresiones herirse el muslo (Jer. 31:19), golpearse el pecho (Luc. 18:13), vestir cilicio (Isa. 22:12), arrancarse el pelo de la cabeza (Esd. 9:3), son todas señales exteriores de dolor interior.

INGREDIENTE 3: CONFESIÓN DEL PECADO.

El dolor es una pasión tan intensa que tiene que desahogarse. Se desahoga por los ojos con el llanto y por la boca con la confesión: “Y estando en pie, confesaron sus pecados” (Neh. 9:2).

La confesión es una acusación hacia uno mismo “Yo pequé” (2 Sam. 24:17)... Y lo cierto es que por medio de esta autoacusación prevenimos la acusación de Satanás. En nuestras confesiones nos acusamos de orgullo, infidelidad, pasión, de modo que cuando Satanás, llamado el acusador de los hermanos, ponga estas cosas a nuestra cuenta, Dios dirá: “Ellos mismos ya se han acusado. Por lo tanto, Satanás, tus cargos no corresponden, tus acusaciones llegan demasiado tarde”... Y escuche lo que dice el apóstol Pablo: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados” (1 Cor. 11:31).

INGREDIENTE 4: VERGÜENZA POR EL PECADO.

 El cuarto ingrediente del arrepentimiento es la vergüenza: “Avergüéncense de sus pecados” (Eze. 43:10). El rubor es el color de la virtud. Cuando el corazón está negro por el pecado, la gracia hace que el rostro se sonroje: “Avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti” (Esd. 9:6). El hijo pródigo arrepentido estaba tan avergonzado de sus excesos que no se sentía merecedor de ser llamado hijo (Luc. 15:21). El arrepentimiento causa una timidez generada por la vergüenza. Si la sangre de Cristo no estuviera en el corazón del pecador, no aparecería tanta sangre en el rostro. Existen... con sideraciones sobre el pecado que pueden causar vergüenza:

(1) Cada pecado nos hace culpables, y la culpabilidad por lo general produce vergüenza.

(2) En cada pecado, hay mucha ingratitud; y eso es motivo de vergüenza. Abu- sar de la bondad de un Dios tan bueno, ¡cuánta vergüenza nos da!... Ser ingratos es un pecado tan grande que Dios mismo se sorprende de él (Isa. 1:2).

(3) El pecado nos ha desnudado, y eso puede generar vergüenza. El pecado nos ha despojado de nuestro lino blanco de santidad. Nos ha desnudado y deformado ante la vista de Dios, lo cual puede causar que nos sonrojemos...

(4) Nuestros pecados han avergonzado a Cristo ¿y no debiéramos nosotros es- tar avergonzados? Él se vistió de púrpura, ¿y no se ruborizarán nuestras mejillas?...

(5) Lo que puede hacernos sonrojar es que los pecados que cometemos son peores que los pecados de los paganos. Actuamos en contra de más luz.

(6) Nuestros pecados son peores que los pecados de los demonios. Los ángeles caídos nunca pecaron contra la sangre de Cristo. Cristo no murió por ellos... Ciertamente si hemos pecado más que los demonios, esto nos hará ruborizar.

INGREDIENTE 5: ODIO POR EL PECADO.

El quinto ingrediente del arrepentimiento es el odio por el pecado. Los “Schoolmen”6 se distinguían por un odio doble: odio por las abominaciones y odio por la enemistad.

Primero, hay odio o aborrecimiento por las abominaciones: “Y os avergonzaréis de vosotros mismos por vuestras iniquidades” (Eze. 36:31). El arrepentido auténti co es un aborrecedor del pecado. Si alguien detesta aquello que le descompone el estómago, mucho más detestará aquello que le descompone la conciencia. Aborrecer el pecado representa más que meramente dejarlo... Cristo nunca es amado hasta que uno aborrece el pecado. Nunca se anhela el cielo hasta que uno aborrece el pecado... Segundo, hay odio por la enemistad. No hay mejor manera de descubrir la vida que por medio del movimiento. Los ojos se mueven, el pulso late. Así que para descubrir el arrepentimiento no hay mejor señal que una antipatía santa contra el pecado... El arrepentimiento firme comienza en el amor de Dios y ter mina en el odio por el pecado.

INGREDIENTE 6: DEJAR EL PECADO.

El sexto ingrediente del arrepentimiento es dejar el pecado... Este dejar el pecado se llama dejar el mal camino (Isa. 55:7), tal como el hombre deja la compañía de un ladrón o adivino. Se llama echar lejos el pecado (Job 11:14), tal como Pablo echó la víbora en el fuego (Hch. 28:5). Morir al pecado es la vida de arrepentimiento. El mismo día que el cristiano deja el pecado, tiene que aplicar una abstinencia perpetua. La vista tiene que abstenerse de mira- das impuras. Los oídos tienen que abstenerse de escuchar calumnias. La lengua tiene que abstenerse de jurar. Las manos tienen que abstenerse de los sobornos. Los pies tienen que abstenerse del sendero de la ramera. Y el alma tiene que abs- tenerse del amor al mal. Este dejar el pecado implica un cambio importante... Dejar el pecado es tan visible que los demás lo notan. Por eso se le llama pasar de la oscuridad a la luz (Ef. 5:8). Pablo, después de haber visto la visión celestial, cambió tanto que todos estaban atónitos ante el cambio (Hch. 9:21). El arrepenti miento convirtió al carcelero en enfermero y médico (Hch. 16:33). Este tomó a los apóstoles, les lavó las heridas y les dio de comer. El barco puede estar yendo hacia el este; pero viene un viento que lo hace girar para el oeste. De la misma manera, el hombre puede haber estado rumbo al infierno antes de que soplara el viento del Espíritu que le cambió el curso y causó que se dirigiera rumbo al cielo... Así de visible es el cambio que el arrepentimiento produce en la persona, como si fuera otra el alma que mora en el mismo cuerpo.

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